viernes, 27 de mayo de 2011

La educación (especial):¿Hija de un dios menor?

Miguel López Melero  Universidad de Málaga  


[…] desde el punto de vista biológico no tiene errores, no hay minusvalía, no hay
disfunciones […]. En biologia no existe minusvalía […]. Es en el espacio de las
relaciones humanas —subraya el autor— donde la persona definida como limitada
pasa a ser limitada […].

Este pensamiento de Humberto Maturana me permite iniciar mi discurso. Después de todo yo soy pedagogo y no médico. Yo soy educador y no psicólogo.
Recuerdo que cuando yo estudiaba pedagogía me decían que la educación
de las personas excepcionales (como las solían denominar) tendría que ser
meramente asistencial, ya que difícilmente podrían cambiar su estado. Se nos
privaba del sentimiento de cambio y de crecimiento en el ser humano.
Hoy en todos los países la educación (especial) ha entrado en crisis, porque
los parámetros en los que sustentaba (aquello que a mí me enseñaban mis profesores
de universidad) no responden a los problemas que tiene planteados la
escuela de la diversidad y, además, porque están surgiendo los nuevos parámetros
de la cultura de la diversidad. Esta situación produce crisis pero no
caos. Es importante saber salir de esta nueva situación.
¿Qué cultura precisa hoy en día la escuela de la diversidad para mejorar
las competencias cognitivas, las competencias culturales, la autonomía
y la calidad de vida de las personas con hándicap y, a la vez y como
consecuencia lógica, mejore los sistemas de enseñanza familiares,
escolares y sociales?
El respeto a la diferencia implica el reconocimiento de ser diverso, y la tolerancia
es el valor esencial que necesita la cultura de la diversidad. Desde dentro
de este nuevo paradigma nace (se reconceptualiza) o cobra un valor
excepcional la palabra
y no como nos gustaría que fuera (dignidad) es experimentar este sentimiento
y reconocimiento de su propia identidad cuando la diversidad se hace valor.
Pero veamos, acaso el interrogante anterior no son los objetivos de la educación
(especial); ya que, por un lado, hemos de garantizar que las personas
con hándicap sean ciudadanas de pleno derecho y, por otro, debemos mejorar
y transformar los modelos de intervención docente e investigadora en el
campo de la pedagogía. Y todo ello para buscar indicadores desde los distintos
colectivos marginados de la sociedad, para mejorar la calidad de vida de todos,
porque lo que estamos haciendo es buscar una nueva axiología que considere
la diferencia como valor y no como defecto.
La pedagogía, o la ciencia de la educación, por estar situada en el cruce de
todas las ciencias que estudian al hombre, tiene un carácter singular y complejo;
pero al mismo tiempo es la disciplina más expuesta a las tradiciones y,
como dice Whitehead, si la educación no se moderniza le ocurre la misma
suerte de las cosas orgánicas que se guardan demasiado tiempo.
¿No huele a algo podrido la educación especial? o, dicho de otro modo, ¿no
nos recuerda la educación (especial) a tiempos pasados?
¿Qué razones justifican, la existencia de la educación (especial) cuando ha sido
casi siempre un elemento de sanción para las personas o clases sociales diferentes,
pero nunca un elemento de promoción de las mismas?
Aquí es donde hemos de situar, a mi juicio, el problema cultural de la educación
(especial). Problema cultural que yo lo sitúo, en la época moderna, en
la medicina y en la psicología, y pienso que estas dos disciplinas fueron la causa
de la no educación y sí de terapia en Víctor.
respeto a la diferencia como valor. Ver al otro como es
educación (especial) y que, como se sabe, es el origen de la cultura del hándicap
y no de la cultura de la diversidad; aunque la historia de la educación (especial)
puede llevarnos hasta Platón y Sócrates, quienes afirmaban que los niños
con habilidades intelectuales extraordinarias requerían de un entrenamiento
especial. Será Itard y su método fisiológico, centrado en Víctor como problema,
quien escriba el origen, a mi entender, de la educación especial.
Me explico:
En la universidad, y en concreto en la facultades de ciencias de la educación,
se acepta como normal (¿lógico?) que haya una asignatura que se denomine
Educación Especial y otra, Historia de la Educación Especial, pero me
pregunto, ¿es que hay dos tipos de educación, una general y otra especial, y
dos tipos de historias de la educación, una general y otra especial?
A veces cuando se habla de educación (especial), sin hacer un profundo
razonamiento, se presupone la existencia de unos principios normativos que
rigen a la educación general y otros a la educación especial. Por tanto, partimos
de un problema en nuestra propia concepción (¿o quizás prejuicio?), problema
que tenemos que resolver, ya que éste se encuentra en la propia raíz de
la pedagogía y no en la especificidad de nuestra disciplina; o sea, en las normativas
universales de la pedagogía. El origen de la cultura de la diversidad
frente a la cultura del hándicap radica en saber resolver adecuadamente este
problema.
¿Es o no es nuestra disciplina una necesidad inherente en el seno de las ciencias
de la educación? ¿Hay algo más genuinamente humano que la diversidad?
¿Por qué cuando queremos subrayar que tenemos en marcha un proyecto de
calidad de vida en personas con hándicap, como referente para cambiar los indicadores
de calidad de vida entre los «normópatas», utilizamos unos términos
que nada tienen que ver con la educación y hablamos de «rehabilitación» o de
«terapia»? ¿A qué es debido este tipo de camuflaje pseudocientífico?
¿Es sólo un problema epistemológico o también es ideológico?
La cuestión es compleja, ¿la educación (especial), es una parte de la pedagogía
que tiene que independizarse de ella o es ésta la que tiene que cambiar sus
presupuestos y ser más inclusiva en su objeto de estudio? Además, la cuestión
se complica si pensamos que la educación (especial), influenciada por la medicina
y la psicología, tiene que curar y no buscar nuevos sistemas de enseñanza.
Precisamente mi pensamiento es que desde la educación (especial) hemos
de exigirle a la pedagogía para que sea ella la que cambie los presupuestos y las
normativas generales y contemple dentro de sí la singularidad, la identidad, la
diversidad de sujetos de aprendizaje y no los excluya. ¿Se puede concebir una
pedagogía que no sea inclusiva y comprensiva? Del mismo modo que no se
puede concebir una escuela que no sea inclusiva, tampoco lo puede ser la ciencia
pedagógica. Otra cosa es debatir si la educación (especial) es un área de
conocimiento o es una disciplina científica. Esto no es fácil de dilucidar ni
de concretar porque hay que hacerlo desde la doble dimensión teórica y práctica
(ciencia teórica o aplicada). Aceptando que en estos momentos es difícil
Víctor, el salvaje de Aveyron, ejemplo paradigmático de la historia de la
incluye a las dos?
Probablemente tengamos que hacer mucha reflexión en esto porque, a mi juicio,
el problema radica en la naturaleza de la diferencia. Diversidad, pluralidad
y diferencia marcan también la complejidad de las formas de vida presentes
en nuestro universo, desde las estrellas celestes hasta las marinas, desde los geranios
hasta las encinas, desde las gaviotas hasta los ciempiés. ¿Qué ven, qué sienten
y de qué modo ven-sienten-piensan los demás estando presentes en el
universo? ¿Qué diferencia existe entre mirar desde arriba o desde abajo, estar
delante o detrás de una barrera, de un límite, de una perspectiva? ¿Qué se siente,
en definitiva, volando, corriendo, arrastrándose, y qué se siente sin poder
correr, saltar, caminar?
Es cierto que existe una gran variedad en los modos y ritmos de aprendizaje
entre las personas a la hora de adquirir, de organizar, de retener, de controlar
y de generar el conocimiento. Y, asimismo, también es cierto que este
conocimiento se encuentra mediatizado por la experiencia personal y por el
mundo de significados donde viven y se desenvuelven las personas. Ahora bien:
el hecho de que los profesionales sepan todo ello no es una ocasión para subrayar
el déficit de estas personas, sino que es una ocasión para buscar nuevos
modelos de enseñanza. Es una ocasión para mejorar la práctica educativa. Tal
y como yo lo entiendo, significa que un «problema» a priori (una persona diferente)
se convierte en el epicentro del proyecto educativo, ya que el profesional
va a encontrar en aquél una ocasión única para cambiar y mejorar su estilo
y modelo de enseñanza.
Cuando utilizamos el concepto de educación en su sentido ordinario parece
como si con él no quisiéramos abarcar a las personas que utilizan distintos
modos y ritmos de aprendizaje (diferentes itinerarios físicos y mentales) y de ahí
que añadamos el calificativo
Pero especial ¿por qué? ¿Acaso no somos absolutamente todos diferentes?
La misma pedagogía subraya como principio que la educación sea personalizada
(individualizada), y además esta misma pedagogía introduce que es la normalización
la mejor estrategia metodológica para lograr una educación de calidad.
Entonces, ¿cómo se justifica este pensamiento contradictorio entre
educación general y educación especial?
Quizás, el origen de este dilema en algunos profesionales radique en que
aún no hemos dejado la influencia médica y psicológica en la que se ha visto
envuelta la educación (especial). Y, amparándose en esa falsa aureola de cientificidad
que le da el contagio médico-psicológico, transitan los diagnósticos
médico-psicológicos (que es donde inicialmente se determina la diferencia) de
las historias clínicas a las escuelas sin mediar reflexión alguna.
Hemos apuntado más arriba que la historia de la educación (especial) puede
ser rastreada hasta Platón y Sócrates, quienes recomendaban que los niños con
habilidades intelectuales extraordinarias requerían de un «entrenamiento» especial;
sin embargo, pienso que el principio de la educación (especial) está marcado
por Jean Marc Gaspar Itard (1775-1838) con Víctor, el llamado «salvaje
un pronunciamiento, ¿no creéis que es la misma ciencia pedagógica la quede Aveyron», continuado por su discípulo Seguin, en quien María Montessori
basó su método pedagógico.
Como es conocido, a principios del siglo
a un niño encontrado en los bosques de Aveyron, en contra de los filósofos
y médicos de la época (Pinel y colegas). Este momento es, a mi juicio, el
origen de un modelo educativo centrado en el sujeto como único culpable de
su situación (modelo deficitario).
Antes de iniciar mi análisis y valoración de este acontecimiento histórico
en la reciente historia de la educación (especial), he de reconocer públicamente
—porque si no lo hiciera sería injusto— que Itard, con su actitud de rebeldía
y de inconformismo, hizo posible un modo distinto de acercarnos a las personas
con hándicap. Itard merece ser reconocido sobre todo porque desde el
principio reconoció que Víctor no era un adulto en miniatura sino un niño
en desarrollo. Pero también pienso que, desde nuestra perspectiva actual, tendríamos
que preguntarle a Itard varias cosas, por ejemplo:
— ¿Víctor era idiota antes de ser abandonado o se hizo idiota en el abandono?
— Si era idiota, ¿cómo pudo vivir sólo tanto tiempo?
— Y después de encontrarlo, si era idiota, ¿cómo aprendió Víctor lo que aprendió?
— Y por último, se me ocurre que Itard nos tendría que haber dejado escrito
qué aprendió él, como estudioso de la época, de Víctor y no sólo lo que
Víctor aprendió de Itard.
Pero hemos de darle gracias a Seguin y sobretodo a María Montessori porque
supieron comprender que el aprendizaje es algo evolutivo y que la evolución
y el cambio humano se producen en un intercambio permanente de
vivencias que abre espacios de desarrollo potencial. O sea, que las personas nos
educamos siempre y cuando el contexto disponga de condiciones para ello. El
sentimiento que nos trasmiten estos autores —al menos así lo interpreto yo—
es que todo cambia y este cambio se debe a la educación.
Si los profesores de universidad no intentamos dar respuesta a los interrogantes
anteriores y nos dejamos arrastrar por lo que ha sido la historia de la
educación (especial), adoptaremos una actitud de conformismo y no de cambio
permanente en nuestro pensamiento. Más aún, el contestar a las preguntas
anteriores nos situará a cada uno en uno de los dos modelos: o en la cultura
del hándicap (Parménides) o en la cultura de la diversidad (Heráclito).
Yo, como profesional de didáctica, deseo hablar de educación y no de terapia,
y rechazo frontalmente el modelo pseudoeducativo que, como señala
Margaret Wang, sirve para etiquetar a las personas y no para conocer cuál sería
el sistema que nos permitiera conocer mejor y más adecuadamente cómo educar.
No es una obstinación el situarme en conocer el proceso de enseñanza y
aprendizaje, sino que es lo que me inspira mi convencimiento ideológico.
Porque si me situara sólo en problemas de aprendizaje, aceptaría de antemano
que es la persona la única causa de que aparezcan o no aparezcan los apren-
dizajes (innatismo), y si lo hiciera desde la enseñanza solamente (ambientalismo),
olvidaría la originalidad y la identidad y el derecho a la diferencia de las
personas.
Algunos pensarán entonces, ¿qué pasa con la genética? Pues con la genética
no pasa nada. La genética existe como un espacio de posibilidades que sólo se
desarrollarán si se dan ocasiones u oportunidades para vivirlas. El ser humano
es mucho más que unos miles de genes, es sobretodo convivencia y emoción.
Y aquélla, la convivencia, se produce al aceptar al otro como es y no como nos
gustaría que fuera. Es ésta la razón de la educación, el aceptar al otro como un
legítimo otro en la convivencia (dignidad humana). ¿Cuándo aprenderemos
esto los profesionales de la enseñanza?
Situarse en uno de estos modelos no es ingenuo sino que está cargado ideológicamente.
Como defensor de la libertad de pensamiento, respeto a aquellos
investigadores y a aquellos profesores que defienden la existencia de la
educación especial (esta vez sin paréntesis); pero corresponde a ellos y no a mí
argumentar sus principios científica y humanamente de por qué se hacen investigadores
y profesionales del déficit.
Para evitar que alguien me tache de «iluminado» o expresiones similares,
diré, en relación con las posibilidades cognitivas de las personas con hándicap,
que considero que es cierto que existen personas que por una u otra causa
suelen presentar modos y ritmos diferentes de adquirir, de organizar y de responder
a la información que les llega, pero lo que no acepto es que esto sea
irreversible y no se puedan producir modificaciones. Este pensamiento no es una
obstinación, sino que es una opción paradigmática que parte de la consideración
de que todas las personas pueden participar en la (re)construcción del
conocimiento humano. ¿Cómo puedo yo acusar a una persona de ser como
es cuando es el resultado de su convivir conmigo o con otros?
Algunas personas pensarán que me muevo siempre en el mundo de las ideas
y no tengo los pies en el suelo, pues bien, a ellos les diré que lo que suelo afirmar
nace de mis trabajos de investigación y de la reflexión compartida con la
práctica de algunos de los profesionales de la enseñanza en esa escuela de
la diversidad.
¿Qué características o peculiaridades definen a cada uno de estos modelos?
A continuación las exponemos.
El modelo centrado preferentemente en el sujeto como única causa de sus problemas
cognitivos y de aprendizaje, y todo ello apoyado médica y psicológicamente,
pero nunca se busca una posible causa en el contexto (en el sistema).
La medicina y la psicología se han situado y se han definido como disciplinas
rehabilitadoras pero nunca educadoras.
El modelo de intervención es, por tanto, individualizado y el currículo,
truncado hacia las incompetencias, incidiendo en las incapacidades y no en
las posibilidades de los alumnos. Es un modelo «privativo» y determinista
(negativo), que subraya más lo que no sabe hacer el niño o la niña que lo que
puede realmente hacer. Otras veces, este modelo se centra en la necesidad del
modelo deficitario propio de la educación especial es, a nuestro juicio, un
la resolución de los problemas de la diversidad estuviera sujeta a la formación
de especialistas. Y los profesionales se hacen profesionales del déficit. Y, por
último, este modelo deficitario se ha centrado en el currículo paralelo (programas
de desarrollo individual (PDI) o adecuaciones curriculares individuales),
como si se tratase de una actitud compensadora (modelo compensativo).
Mantener este discurso es un problema ideológico, porque lo que se oculta
detrás de esta actitud es la
perpetuación de las diferencias entre el alumnado, subrayando que estas diferencias
son insalvables (determinismos biológico y sociológico), y aunque compartan
autobús, mesa, silla y aula con sus compañeros, siguen un currículo
diferente y a veces hasta opuesto. Es el déficit entre los alumnos la principal etiqueta
de separación curricular, y la otra idea que impera es la concepción de
homogeneidad en las aulas (modelo deficitario).
Frente a este modelo deficitario, definido como específico, privativo y compensador
centrado en el niño y en la niña como deficitario, nos encontramos con
los centrados en las competencias que buscan causas exógenas al sujeto, intentando
cambiar el sistema (contexto). A este modelo lo definimos como educativo-
competencial o de currículo único. O sea, un modelo que evita la subcultura.
experto y se busca un modo de intervenir «específico» (tecnócrata), como sino aceptación de la diversidad como valor humano, la
El modelo educativo competencial
cognitivos entre el alumnado y el currículo para que aquél adquiera y desarrolle
estrategias que le permita resolver problemas de la vida cotidiana y que
le prepare para disfrutar las posibilidades que le ofrezca la vida. Estas posibilidades
unas veces vendrán dadas, pero la mayoría se tendrán que construir, y
en esta construcción las personas con hándicap tienen que participar activamente.
pretende, en primer lugar, tender puentes
Los prin
modelo de encandilamiento que estamos viviendo los seres humanos a finales
de siglo buscando el éxito económico y personal y la perfección. Estos dos elementos,
el éxito y la perfección, se plantean como exigencias.
cipios en los que se sustenta este modelo quieren romper con el
Afortunados seríamos si viviéramos en un mundo sin perfecciones, porque viviríamos
en un mundo sin exigencias. Viviríamos en un mundo de la armonía de
la «coinspiración». Haríamos cosas juntos. Tendríamos la libertad para cambiar
cuando las cosas que estamos haciendo no resultasen satisfactorias según nuestro
deseo compartido (H. Maturana, 1994).
En síntesis podemos decir que la cultura de la diversidad requiere de una
educación que conlleve a la autonomía intelectual y moral y no a la dependencia.
El epicentro del proyecto del nuevo hombre es la diversidad y no la
normalidad.
Como profesional de la enseñanza en su doble dimensión teórica y práctica,
estoy convencido que lo más riguroso sería prescindir de esa concepción
de educación (especial) y que hablásemos de educación intercultural en una
sociedad multicultural.
sin duda, analizar su nivel cultural. Hay varias maneras de tomar el pulso a la
escuela y una de ellas —quizás la prioritaria— es vigilar y evaluar la atención
que ésta presta a las personas con hándicap. La madurez ética de la sociedad
viene determinada por el lugar que ocupa la persona con hándicap en la sociedad.
En una sociedad multicontextual y multicultural, la dimensión educativa
debe responder no sólo a compartir nuevos modelos de sociabilidad, de percepción
de sí mismo en relación con el otro, sino además con la asunción de
nuevos estilos cognitivos basados en la relatividad de los puntos de vista y sobre
su posible descentramiento. La educación intercultural, la educación para la
mundialidad, no puede prescindir de una ética de la responsabilidad individual
y colectiva.
Se trata de una alternativa educativa que llama solícitamente a nuestro viejo
continente, símbolo milenario de civilización de tanta cultura y de tanto progreso
económico y social. Hoy, sobre todo, que repican sin parar las campanas
que anuncian (profetizan) la coronación de una Europa del libre cambio
económico y cultural (del reciente EURO), pide a Europa que sea paradigma
social y axiológico de un modelo nuevo de «humanidad» y de «cultura».
Sin embargo, si no se analiza con cuidado todo este fantasma, toda esta
coreografía, nos veremos envueltos en un falso discurso y en unas puestas en escena
de una cultura neoliberal y monocultural que no respeta el derecho de ser
diferente. Yo pude asistir el día 7 de diciembre en Bruselas, con motivo del
Día Internacional de las Personas con Hándicap, invitado por el Parlamento
Europeo, y discutir allí mismo cómo toda la cultura de la diversidad está en
peligro si no se ponen de acuerdo (por unanimidad) los países de la Unión
Europea y quitan ese artículo VI, del ya superconocido tratado de Maastricht.
Se está diseñando la Europa del 2000 bajo la tutela de dos grandes amenazas:
la filosofía neoliberal y la filosofía de la cultura única.
Ciertamente, Europa se encuentra inmersa en un período coyuntural marcado
por una crisis económica (enfriamiento de la producción industrial, crecientes
tasas de desempleo, inflación, gasto público incontrolable, crecientes
flujos migratorios, etc.) desde todas las partes del planeta. La filosofía neoliberalista
está imponiendo a todos los Estados que se olviden de su idiosincracia
y se orienten a un modelo social que sea compatible con sus intereses
exclusivamente económicos.
Sobre la base de este axioma hipócrita se cierne el hacha neoliberalista, apoyada
en una idea económica que consagra la naturalidad de las desigualdades
y sobre una idea cultural que, dando más a quien ya tiene más (y ésta no es
naturalmente la persona con hándicap), sanciona las diferencias cognitivas,
étnicas, de género, de raza, culturales, etc.
El pensamiento del Estado neoliberal significa dar menos a quien ya tiene
menos, significa traicionar el derecho a la garantía social y formativa del que los
pobres y débiles deberían gozar en verdaderas y auténticas colectividades nacionales.
Hay varias maneras de tomarle el pulso a una sociedad. Y una de ellas es,
con hándicap, de las cuales el 80% vive en países en vías de desarrollo, es decir,
una persona de cada diez sufre algún tipo de hándicap físico, mental o sensorial,
comprometiendo (indirectamente) al menos a una cuarta parte de la población
mundial. En los países de la CEE los ciudadanos con hándicap superan los
treinta millones. En España se estima que éstos representan cerca del 10 o 12%
de la población; de ellos, dos o tres millones no son autónomos.
No son hijos de un dios menor, sino de minoritarios intereses sociales y económicos.
Por decirlo de algún modo, no son números que cuentan historias.
Las historias emergen del silencio, de cuando en cuando, en las páginas de los
periódicos. Y provocan escándalos y nos golpean la conciencia durante las horas
de la comida, con imagenes televisivas del Tercer o quizás el Cuarto Mundo. Se
necesita coraje para resistirse a los abusos. Para negociar la propia dignidad.
En la actualidad vivimos en nuestras escuelas unos años de reforma del
guardarropas curricular (cajas rojas o cajas verdes, ya sea el guardarropas nacional
o autonómico). Si hacemos una lectura por sus fundamentaciones científicas,
pronto nos daremos cuenta que en los nuevos modelos «instructivos»
la cultura de la diversidad no ha entrado. Es a la escuela a la que hay que
exigirle un compromiso para elaborar y difundir conocimientos articulados
y correctos sobre las diferentes formas de hándicap y sobre los problemas relativos,
mejor que un compromiso para realizar programaciones e intervenciones
didácticas individualizadas y, junto a esto, oportunamente integradas en
el más complejo proyecto educativo.
Las consideraciones anteriores tienen sentido cuando dejan de ser principios
filosóficos y se convierten en los móviles diarios de nuestra existencia. A
veces tengo la sensación que los profesores de la universidad olvidamos nuestro
papel de agentes de cambio. Cuando perdemos de vista este papel, nos
hacemos portadores del mayor de los males, ya que perdemos el sentimiento de
cambio en el ser humano. Como profesional de la educación, no me puedo
olvidar de ese compromiso y dedicarme sólo a reproducir los principios de la
escuela de la época de Itard, y seguir considerando que las personas con hándicap
jamás cambiarán su situación.
Derivado de todo ello, la cuestión a resolver no es sólo si las personas con hándicap
son competentes o no para aprender, sino si nosotros como «formadores
de formadores» para esa cultura de la diversidad, somos competentes para enseñar
cómo se enseña a aprender. O sea, ¿sabemos ser profesionales e investigadores
de calidad o meros intendentes del sistema universitario?
En la expresión «calidad de la enseñanza» hay dos palabras nobles, una
Según la OMS, existe en el mundo medio millar de millones de personascalidad y la otra justo al revés, la escuela de la diversidad ha de garantizar una enseñanza de
calidad y, como consecuencia de ello, unos enseñantes de calidad. Unos profesionales
que sepan crear ambientes (abrir espacios de desarrollo potencial)
para enseñar a aprender.
Asumir este planteamiento de educación intercultural supone un compromiso
radical, socialmente hablando, y un currículo comprensivo, con inter-
enseñanza, pero a mi juicio esta expresión se tendría que conjugar
diferentes que estimulen su conocimiento y promuevan el diálogo y el
razonamiento. Por tanto, el discurso intercultural en relación con el currículo
ha de penetrar en lo más profundo (en la educación moral) y no quedarse sólo
en una actitud de contemplación durante algunos días, jornadas o semanas
sobre la diversidad.
Educar en la diversidad no se basa (como algunos pretenden) en la adopción
de medidas excepcionales para las personas con «necesidades educativas
específicas» (nuevo eufemismo de la cultura del hándicap), sino en la adopción
de un modelo de currículo que facilite el aprendizaje de todos los alumnos
en su diversidad. Si esto no se entiende adecuada y correctamente se corre
el riesgo de confundir, al amparo de la propia LOGSE, adaptación a la diversidad
(que supera el déficit) con adaptación a la desigualdad (que subraya el
déficit).
Desde esta perspectiva que describo la cultura de la diversidad es un reto
permanente para legisladores, para investigadores y para profesionales.
La mayoría de los países se están preparando para el siglo
posindustrial, con graves dificultades socioeconómicas. Ante esta represión
financiera, las instituciones se ven forzadas a cambiar, pero el ejemplo del pasado
nos muestra que este cambio se produce de forma lenta y que además las
modificaciones tienen lugar más en la apariencia que en el fondo (coreografía
del sistema neoliberal).
La nueva era posindustrial o tecnológica necesitará un nuevo sistema de
educación y de valores. La rigidez de un sistema competitivo basado en las credenciales
de que «vales cuanto produces», dará paso a un sistema flexible donde
se tendrá en cuenta a cada individuo según su identidad y originalidad, y se
le permitirá progresar a su propio ritmo. Es a partir de aquí cuando contaremos
con una educación (¿especial?) para todos.
venciones educativas centradas en estrategias de acercamiento entre los colectivos




 

Por tanto, yo voy a hablar de educación y no de educación (especial). Porque
después de todo, como decía Kant, cada hombre llegará a ser hombre por su
educación o como Maturana nos señala que cada hombre se diferencia singularmente
de otro hombre, no por razones biológicas sino porque hay distintos
modos de creencias, de comportamientos y puntos de vista distintos.
Qué nos quiere decir Maturana con que una persona que desde la perspectiva
de las relaciones humanas corrientes aparece como limitado, desde su biología
no lo es; sino que solamente es diferente… ¿Qué significa esto desde el campo
de la educación? A mi juicio, que la convivencia entre gente distinta es sencillamente
un problema de cultura. Concibo la educación como una forma de culturización.
De ahí que lo consideremos como un problema cultural porque se
pasa de una situación en la que la persona con hándicap es considerada un «objeto
» (que tiene necesidad sólo de asistencia y cuidados) a una situación en la que
el propio portador de hándicap es el protagonista de toda una serie de iniciativas
y actividades a nivel cultural: en definitiva, de «objetos» a «sujetos culturales».

lunes, 16 de mayo de 2011

CONGRESO IBEROAMERICANO DE EDUCACIÓN ESPECIAL 2011

Les dejo el enlace para que accedan a la información sobre el Congreso Iberoamericano de Educación Especial que se realizará en agosto en Mendoza.